Va llegando el final de curso y son momentos de cierres. Las tareas se acumulan, pues hay que hacer numerosos informes que recojan los procesos llevados a cabo durante el año escolar a distintos niveles (tutorías, materias, equipos de coordinación, centro,etc), sus correspondientes valoraciones y por ende, las propuestas de mejora para el próximo curso. En múltiples ocasiones durante veinticinco años, ya sea como jefa de estudios, jefa de departamento o mera integrante de un claustro, la lectura de las propuestas de mejora han venido a recordarme la carta a los Reyes Magos. No digo que las peticiones no fueran legítimas, formar parte de un centro educativo como docente te proporciona mucha información sobre el funcionamiento del sistema educativo y también sobre la realidad que se vive en las familias en torno a la educación de sus hijas e hijos. Pero que esas propuestas estuvieran dispuestas a ser asumidas por las mismas personas que las proponían, eso…, es otra cosa. Sentía una sensación muy parecida cuando se hacía pública una nueva ley educativa, nuevas formas con buenos propósitos que poco o ningún impacto han tenido en la educación de las nuevas generaciones. Todo esto me llevaba a una pregunta, si todas las personas que formamos parte del sistema educativo estamos de acuerdo que es necesario cambiar, ¿por qué los cambios no se producen o los que se dan tienen tan poco impacto?
La curiosidad sobre el funcionamiento del ser humano y de los grupos me ha llevado a encontrar una posible respuesta que va más allá de las circunstancias externas… No es lo mismo diseñar un cambio que gestionarlo.
Hay un factor fundamental que no percibo que se suela tener en cuenta ni en los centros educativos ni en las administraciones públicas a la hora de implementar los cambios y es el factor humano. Las personas, por naturaleza, presentamos resistencia al cambio, forma parte de nuestra programación y hoy en día la neurociencia lo explica de una manera bastante clara. Es cierto también, que hay personas innovadoras cuya curiosidad supera al miedo a lo desconocido y en todos los claustros se ven personas así, pero no puede recaer sobre ellas todo el peso de la evolución de una comunidad educativa. Como reza un dicho africano “Si quieres llegar rápido camina solo, si quieres llegar lejos camina acompañado”, se necesita a todo un claustro para generar un cambio significativo en un centro educativo por eso es necesario y prioritario atender el factor humano y acompañar a las personas en sus miedos, dudas y resistencias relacionadas con los cambios. Y no estoy hablando aquí de formación, solución por la que se suele apostar y que suele tener muy pocos frutos, sino de crear y cuidar contextos que permitan la expresión de los miedos y la resistencias ante los cambios y donde se proporcionen herramientas para la gestión de los mismo y para el despliegue de los muchos talentos que se ocultan detrás de esas limitaciones autoimpuestas.
Esta propuesta podría traer de nuevo reminiscencias a la carta de Reyes de Magos si no fuera porque eso mismo ya lleva tiempo siendo una realidad a la que recurren tanto empresas como organizaciones del tercer sector para renovar estructuras caducas que buscan nuevas formas de organización y gestión más efectivas y sostenibles donde las personas son consideradas el principal recurso. En estos casos la gestión del cambio va más allá de normativas, planes y estrategias y se vive como un viaje humano de evolución donde cada persona, cada equipo, cada organización, parte de distintos contextos y cuenta con recursos diferentes. Y es aquí donde entra en juego la figura del facilitador, que como profesional que trabaja con una mirada sistémica, establece puentes entre la visión del cambio y la realidad cotidiana de cada miembro de la comunidad llamada a evolucionar. La labor se realiza mediante la escucha de las preocupaciones y dudas, la empatía ante los miedos y las resistencias, el apoyo en la adaptación emocional y mental al cambio y fomentando una cultura del diálogo y de la comunicación no violenta. Y es gracias a esta figura externa del facilitador o facilitadora, que se desarrolla una verdadera labor de gestión del cambio desde el acompañamiento a las personas, que puede generar cambios profundos, coherentes y duraderos en los centros educativos para poder atender las demandas actuales de los educandos, de sus familias y de la sociedad actual.
Es por todo esto, que nuevas formas de pensar, sentir y actuar son necesarias y posibles en la educación desde la evolución consciente y el acompañamiento a las personas a las organizaciones desde la facilitación.