«¡Qué bien viven los maestros!»
¿Quién no ha escuchado esta frase alguna vez? Jornadas cortas, muchas vacaciones, estabilidad… Pero en pleno siglo XXI, esta imagen idealizada se aleja cada vez más de la realidad que vive el profesorado en su día a día.
Un reciente informe de CCOO (2023) revela que el 58 % del profesorado está en riesgo de sufrir burnout y un 45 % presenta malestar psicológico. Estas cifras no son solo estadísticas: son señales claras de que el cuidado emocional del profesorado es una necesidad urgente y no atendida.
Las causas son múltiples: la sobrecarga burocrática, la presión constante por los resultados, el aumento de la complejidad en la atención a la diversidad y, cada vez con más fuerza, la creciente incidencia de problemas emocionales y de salud mental en el alumnado, la infancia y la juventud. El profesorado no solo acompaña procesos de aprendizaje, sino que también sostiene emocionalmente a su alumnado en un contexto donde el sufrimiento infantil y adolescente ha aumentado significativamente en los últimos años. Esta tarea, muchas veces silenciosa y no reconocida, termina por agotar sus propios recursos personales.
Cuidar al profesorado es cuidar la educación
Es necesario crear espacios de regulación emocional, autocuidado y conexión interpersonal en los centros educativos. La implementación de estos aspectos en la formación docente puede marcar la diferencia entre una escuela que solo gestiona y una escuela que cuida, sostiene y transforma.
Existen varias metodologías emergentes con un respaldo científico cada vez mayor. Entre ellas destacan la educación Mindfulness, especialmente a través de programas como CENCORE, que trabaja con cuatro pilares: calma, enfoque, comprensión y responsabilidad. Numerosos estudios, como los publicados en Psychological Science y JAMA Internal Medicine, demuestran que la práctica regular de atención plena reduce los niveles de ansiedad y estrés, mejora la autorregulación emocional y modifica estructuras cerebrales vinculadas con la atención y la resiliencia emocional.
Otra herramienta eficaz es la Biodanza, un sistema que utiliza la música, el movimiento y la vivencia grupal para promover la expresión emocional y el bienestar. La neurociencia ha demostrado que la danza contribuye a la neuroplasticidad cerebral, reduce el cortisol (hormona del estrés), estimula la liberación de endorfinas y fortalece los vínculos sociales, todos ellos factores clave en contextos educativos.
Invertir en el bienestar docente es también avanzar hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible, especialmente los vinculados a la educación de calidad (ODS 4) y la salud y el bienestar (ODS 3). Apostar por una formación que acompañe emocionalmente al profesorado no solo responde a una necesidad actual, sino que sienta las bases para una transformación profunda del sistema educativo, más humana, sostenible y consciente.