En el contexto educativo, el término «autoridad» a menudo se asocia con ideas de autoritarismo, arrogancia y control porque así lo vivimos la mayoría de las personas que hoy en día realizamos alguna labor educativa, ya sea de forma profesional o en el entorno familiar. Teníamos “miedo” a nuestros padres y a nuestro profesorado, y si nos atrevíamos a hacer alguna reclamación o pedir alguna explicación, la conversación terminaba de forma rápida con un ”porque lo digo yo”. Creyéndonos mejores que los que nos educaron, hoy día despreciamos el término autoridad y nos perdemos en la permisividad excesiva y en la ausencia de guía o dirección. Movidos por la Ley del Péndulo volvemos a dejar sin respuestas a nuestros educandos igual que hicieron con nosotros.
¿Dónde está el término medio? ¿Dónde está la virtud de educar siendo verdaderos referentes que respetan y escuchan, al mismo tiempo que sirven de inspiración y guía? Siempre he tenido este dilema con la autoridad como educadora pero afortunadamente una reflexión de Enrique Martínez Lozano me ha ayudado a poner luz sobre esta cuestión. La reflexión la leí en un texto titulado “Enseñar con autoridad” de su web “Vivir lo que somos. Psicología y Espiritualidad”. Partiendo de la etimología de la palabra autoridad que proviene del verbo latino “augere”, cuyo significado es aumentar, hacer crecer, magnificar, este autor nos presenta, no tanto una actitud represiva o castradora sino todo lo contrario, una actitud de servicio y de empoderamiento pues la persona que ejerce la autoridad ayuda al otro a crecer y a hacerse grande. En palabras de Enrique:
«enseñar con autoridad requiere una doble condición: por un lado, haber experimentado aquello de lo que se habla; por otro, vivir en clave de servicio y de amor hacia los otros».
Cuando la persona que educa comparte lo que ha vivido, su palabra adquiere un poder transformador, despertando en los demás un conocimiento latente porque esas palabras no salen únicamente de la mente, sino también del corazón. No obstante, la autenticidad va más allá de la mera exposición de vivencias; requiere limpieza, desapego y amor en el acto de compartir. Aquel que enseña con autoridad no busca destacar ni imponerse, sino ofrecer humildemente lo que ha aprendido.
En la sociedad actual, donde afortunadamente la autoridad ya no se impone automáticamente por roles familiares o jerárquicos, es esencial comprender que la autoridad se gana. Las personas que desempeñamos una labor educativa debemos vivir la coherencia entre lo que pensamos, decimos, sentimos y hacemos, para construir relaciones basadas en la confianza y el respeto mutuo. De este modo la autoridad no se sostiene en el miedo, sino en la coherencia y el ejemplo vivenciado.
Educar con autoridad implica un compromiso constante con el autoconocimiento, la coherencia, y la conexión genuina con los demás. Desde esta mirada consciente y coherente, la autoridad se convierte en un faro de guía y crecimiento, que lleva a cultivar relaciones significativas y trascendentes.